Jouse Luis Correa
Mi receta para cocinar una buena novela no requiere
de demasiados ingredientes pero sí de paciencia. Viene a ser como la de las abuelas de antes. Por eso escribo a mano. Lo primero que uno ha de tener es hambre. Ganas de contar. Fiebre casi de narrar una historia. Sin eso, cocinar se vuelve un trabajo y pierde su auténtico sentido que es la pasión. El sofrito lo pone la historia. Una trama consistente que hay que dejar macerar en la sartén el tiempo que haga falta hasta que le saquemos todo el jugo. Cuanto más removamos, mejor se irá hilvanando. No tengas prisa en ello. Los personajes han de ser naturales y frescos, creíbles, nada afectados: el vecino del quinto, la chica que trabaja en la chocolatería, el taxista que te lleva al aeropuerto. Los personajes al límite, los héroes ampulosos suelen acidar el plato. Piensa en el que va a sentarse a tu mesa. Viene a comer, a disfrutar de los sentidos, a reflexionar, a emocionarse con la cena. No a enamorarse del cocinero. De modo que no escribas para ti, para demostrar el genio que llevas dentro. Escribe para él y para ella. No olvides lo que se siente cuando uno está al otro lado de la mesa, cuando ejerce de lector. No le desees a nadie lo que no quieras para ti. Por último, cuida de los detalles del lenguaje. No admitas sucedáneos. Se natural. Busca la excelencia en cada frase, en cada imagen. No te sientas nunca satisfecho de
l todo. Piensa que el menor descuido puede agriar el plato entero.
Y propón un buen final que encaje con la cena. Resuelve con coherencia.
Dale un toque de misterio, de emoción. Porque queremos que el lector vuelva a sentarse a nuestra mesa, ¿verdad?.
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