Islas
Con la ginebra a punto de extinguirse Ricardo ve en la puerta la figura de Emilio. Que se acerque, le hace señas. Emilio traspasa el umbral y se sienta.
- Mantienes tus costumbres.
- Como tú, porque si no de qué.
- Y ¿cómo así?
- Ya ves. ¿Y tú?
- Pues por aquí.
- Y ¿qué tal?
- Nada en particular.
- ¿Otra?...
- Va…
Emilio alcanza la barra y otras dos ginebras, pide, mientras se atusa el pelo revuelto.
Con los vasos en la mano Emilio tiene que abrirse paso, cuidado que mancho, dice, y eleva los brazos. Cada vez está más lleno, piensa, procurando que el líquido no se derrame. Hasta que llega a la mesa. Acerca la silla.
- Y bien…
- Qué te voy a contar…
- Aquí, ¿no?
- ¡A ver…!
- Para variar.
- Ya se sabe.
- Eso. Nada nuevo bajo el sol.
Ricardo y Emilio piensan lo mismo sin decirlo. Habría que acabar de alguna forma, alguna vez habría que romper el círculo, quitarle la cola a la pescadilla de la boca, pero ¿cuándo?, piensa Ricardo y ¿cómo?, piensa Emilio.
El sol se filtra por las cristaleras. Afuera, los árboles, muchos geranios y buganvillas. Dentro, Emilio y Ricardo pensando que nada ha cambiado desde ayer y desde ayer de ayer, que todo viene repitiéndose todos los días. Pensando que alguna vez algo tendría que ser diferente. Algo. Alguna vez.
Quizás. Pero dudan. Desearían que fuese de otra manera. Sin embargo saben que nada va a ser distinto, aunque pudiera ser y quién sabe.
Emilio bebe un sorbo, debí haber pedido coñac, piensa, da igual, para luego, y Ricardo también bebe y hace girar el vaso entre los dedos. Tranquilos, sin que los acucie el tiempo. Pausadamente. Emilio vuelve a tomar la ginebra, ya casi agotada, ya casi vacío el vaso. Lo apura.
- Se acabó.
- Es mi turno ahora.
Y es Ricardo el que se dirige a la barra. Dos más, pide, y joder con tanta gente, piensa.
Regresa a la mesa. Gracias, dice Emilio y pues sí que, responde Ricardo.
Ricardo y Emilio, las voces, los murmullos inagotables alrededor, y la misma sensación de cansancio, la misma monotonía ganándolos de nuevo, dispuestos para algo o para nada. Ricardo contempla la ginebra, un querer y no poder, piensa, todo se diluye.
Como acabó por diluirse, una vez más, el líquido de los vasos en las gargantas.
- Esta ronda es mía, quieto.
- Vale.
Y Ricardo, este sol impenitente y esta aridez plomiza que a veces, piensa, me dan ganas de hacerlo saltar todo por los aires. Cambiar. Dejar atrás todo esto, se dice, mientras siente un deseo urgente de huir, no sabe muy bien de qué, pero sentirme libre, saberse vivo.
- Ahí tienes.
- Me toca la siguiente.
Y Emilio, hacer tabla rasa con el pasado y olvidar el presente, piensa, alejarme, escapar de aquí.
Esto no tiene remedio, piensan.
El sigilo del aire tras la cristalera apenas se delata en las vibraciones de las hojas, en el rumor blandamente amortiguado de geranios y buganvillas.
Todo esto no tiene sentido, secretamente de acuerdo en su silencio Ricardo y Emilio.
No se dicen lo mejor sería dejarlo, acabar de seguir soportando, irse, aunque lo piensan.
Permanecen junto a la mesa. Allí. Frente a los vasos vacíos, casi hundidos en las sillas, abotargados por los ruidos, el calor, las ginebras y el hastío, turbio el sentido, remotos mirándose.
Mientras esperan, tal vez, alguna señal providencial, mierda, piensa Emilio, mierda, piensa Ricardo. Inmóviles. Como las islas en el mar.