Por momentos ansío su presencia,
en otros, sin embargo, la detesto
-presagio gris y pálpito funesto
por la eterna condena de mi esencia-.
Acaso me remuerda la conciencia
-revivir el pasado es indigesto-
y a pesar de lo amargo de mi gesto
persista el corazón en su cadencia.
En todo caso -cúmpleme decirlo-,
estaré preparado cuando llegue
fatal para romperme el espinazo,
caeré rendido como un mirlo
sin alas en su lecho, aunque juegue
conmigo eternamente en un abrazo.