Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar

Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar

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Es tal la exuberante magnitud del Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar de Fernando Ortiz, que empezar a hablar de por qué me gusta es ya una tarea que se va a quedar corta y obsoleta. Escrita con pasión por un erudito de la antropología afrocubana, el ensayista, jurista, etnógrafo, economista y arqueólogo cubano Fernando Ortiz escribió uno de esos libros raros que no se ven a menudo y que jamás podrá repetirse.

Simplificando mucho las cosas, Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar es un ensayo sobre la historia de la producción, sostenibilidad, mercado y capitalización del azúcar y del tabaco y su impacto social y antropológico en Cuba, América Latina, Europa y el África occidental. Su bien documentado e investigado contenido, el impecable estilo de Ortiz y su irrepetible conjunción de genio y poeta, hacen de este libro un volumen indispensable en cualquier bibliografía sobre historia cultural de América Latina.

Instruye y deleita desde la primera palabra, construyendo un vaivén entre la dialéctica de los personajes principales de su ensayo: el azúcar y el tabaco. Y digo personajes porque el maestro Ortiz comienza su opera magna con un guiño al Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita, por supuesto, la batalla de Don Carnal y Doña Cuaresma. La tesis básica es la de que el azúcar reúne en sí mismo y representa a la rápida adaptabilidad y mercantilización del capitalismo avanzado, mientras que el tabaco se presenta como justo lo inverso, una planta y una elaboración que requieren tiempo y cuidado, cuyos usos, también socialmente en las antípodas del primero, han sido injustamente valorados por oposición al azúcar, que ha salido ganando. “Azúcar y tabaco fueron hijos de las Indias; pero aquélla nació en las de Oriente, éste en las occidentales. La una tuvo su nombre del sánscrito, el otro conserva su nativo nombre salvaje” (155). “El consumir tabaco, o sea, el fumar, es un acto personal de individualización. El consumir azúcar no tiene nombre específico, es un acto común de la gula. Por esto, el fumador está en el vocabulario, pero no existe el azucarador” (167).

Pero no todo está perdido, ni es un libro negativo. Todo lo contrario. Ortiz posee tal calidad de retórico, que no se olvida de hacer lo bueno y breve, dos veces bueno. De esas copiosas 700 páginas que tiene esta singular obra, son las 100 primeras con el título de Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar las que van a decir y sintetizar todo el proyecto estético de Ortiz, y en donde se da cita el nacimiento de uno de los conceptos que más ha contribuido a la antropología social: la transculturación. La transculturación es la versión más radical y creadora del contacto humano, es el fenómeno social que se produce y reproduce en el oleaje a borbotones de marea humana que ha pasado por Cuba. Aquí coincido con Enrico Mario Santí y con otro de los grandes ortizianos, fallecido recientemente, el antropólogo venezolano Fernando Coronil, con la idea de que el contrapunteo del título, que hace referencia a un estilo de la música cubana, es un ejemplo de las vías de la transculturación. El tabaco y el azúcar, con sus maneras de ser y las maneras en las que se usan, son un ejemplo de este melting pot que es la transculturación.

Aprenderemos cómo se hace el azúcar, o cómo se seleccionan las semillas para el tabaco, sobre la producción de ron y su peso social y económico. Aprenderemos sobre historia económica en la época de Carlos V o en la de Wall Street, sobre los espacios domésticos del tabaco y el azúcar o sobre la división del trabajo en su respectiva producción. Sobre la lectura en voz alta de libros en las fábricas de tabaco y hasta que Winston Churchill fue corresponsal de guerra en Cuba en 1895. Y aparte de esto, tal vez por la mezcla de tabaco y azúcar, nos haremos adictos a sus depuradas palabras, a sus comparaciones y analogías, a su fino sentido del humor y su profunda ironía.

Aquí termino con una cita para que lo hagan suyo, es larga pero merece la pena:

“La caña de azúcar y el tabaco son todo contraste. Diríase que una rivalidad las anima y las separa desde sus cunas. Una es planta gramínea y otro es planta solanácea. La una brota de retoño, el otro de simiente; aquélla de grandes trozos de tallo con nudos que se enraízan y éste de minúsculas semillas que germinan. La una tiene su riqueza en el tallo y no en sus hojas, que se arrojan; el otro vale por su follaje, no por su tallo, que se desprecia. La caña de azúcar vive en el campo largos años, la mata de tabaco sólo breves meses. Aquélla busca la luz, éste la sombra; día y noche, sol y luna. Aquélla ama la lluvia caída del cielo; éste el ardor nacido de la tierra. A los canutos de la caña se les saca el zumo para el provecho; a las hojas del tabaco se les seca el jugo, porque estorba. El azúcar llega a su destino humano por el agua que lo derrite, hecho un jarabe; el tabaco llega a él por el fuego que lo volatiliza, convertido en humo. Blanca es la una, moreno es el otro. Dulce y sin olor es el azúcar; amargo y con aroma es el tabaco. ¡Contraste siempre! Alimento y veneno, despertar y adormecer, energía y ensueño, placer de la carne y deleite del espíritu, sensualidad e ideación, apetito que satisface e ilusión que se esfuma, calorías de vida y humaredas de fantasía, indistinción vulgarota y anónima desde la cuna e individualidad aristocrática y de marca en todo el mundo, medicina y magia, realidad y engaño, virtud y vicio”.

Pablo Guerra Casado


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