Una niña de once años descubre un día que su nariz no funciona, sin que haya ocurrido nada extraño. Simplemente, de un día para otro, toma conciencia de que no puede oler. No distingue olores. Nada huele para ella.
Esto es lo que le ocurre a la protagonista de esta historia, y desde ese mismo momento, la toma de conciencia que tiene lugar en ella desenvolverá una serie de cambios vitales que llevará a Helena a vivir toda una aventura.
Esta breve novela es ideal para jóvenes en edad escolar. Nos acerca a un modo distinto de ver el mundo, de personas que no son tan diferentes a la mayoría. El cambio que hay en ellas solo por no tener el sentido del olfato es gigante, y este libro es una buena herramienta para ponerse muy fácil y rápidamente en la piel de los otros.
La historia, a pesar de ser ciencia ficción, está basada en las experiencias de su autora, quien posee la misma idiosincrática condición. Ella también es anósmica: la anosmia puede definirse como la discapacidad consistente en la ausencia del sentido del olfato.
Si cada uno de los cinco sentidos nos hace comprender una parte de cada realidad, objeto y persona, los anósmicos tienen un velo opaco con la falta de estímulo a través de su nariz. Un ejemplo muy fácil de imaginar que pone la autora: los murciélagos se orientan en una cueva oscura gracias al eco de su voz. Un hombre puede comprenderlo, incluso admirarlo, pero no puede realizarlo – normalmente. Así es como piensa un anósmico sobre las personas que pueden oler. Es algo ajeno, una realidad inexistente, demasiado lejana.
A día de hoy, esta disfunción sucede bien desde el nacimiento bien de manera sobrevenida – por un traumatismo fuerte, por ejemplo – y tal como viene puede irse. Pero hay muy poca conciencia en la sociedad de esta situación y de estas personas. La autora del libro, que es una de ellas, ha aprovechado su vertiente literaria para reflexionar y presentar el problema que existe en quienes han de estar de esta manera diferente en el mundo.
Alfonso García