El joven escritor argentino Leandro Pinto, afincado desde hace ya unos cuantos años en Gran Canaria, ha publicado este mes de diciembre (2013) su cuarta novela titulada Consejera Nocturna. Sobre ella le preguntamos en la siguiente entrevista.
¿Nos podrías introducir en la trama de tu nueva novela Consejera nocturna?
Narra la historia de Marcia Díaz, la presentadora del programa de trasnoche más exitoso en una ciudad balnearia ficticia. La protagonista se ha visto involucrada en el asesinato de su marido, J. J. Vidal, otra figura pública, y tras un juicio luctuoso y mediático ha sido declarada inocente. Después de un año de recuperación, regresa a su programa de radio entre la expectación del público y sus propias dudas acerca de su inocencia. Una noche, y apenas unos días después de su regreso a los micrófonos, una de las llamadas le hace pensar que quien llama es su marido, vuelto de entre los muertos, al tiempo que comienza a ser acosada por una presencia inquietante.
Los programas radiofónicos nocturnos en los que los oyentes intercambian sus experiencias, problemas, dudas… tienen algo mágico que hace que muchas personas, estén donde estén, y ya entrada la madrugada, puedan sentirse acompañadas. ¿Qué fue lo que te atrajo exactamente e hizo que quisieras partir de ello para iniciar una nueva novela?
Pienso que uno de los atractivos más grandes que esconde este tipo de programación es la naturaleza del público que se aficiona a ellos. Hay un concepto popular bastante erróneo que engloba casi exclusivamente a desempleados, alcohólicos, mujeres despechadas o prototípicos solitarios buscando soluciones a sus más profundos dilemas. La investigación que llevé a cabo para la novela me llevó a descubrir que el público de estos programas es mucho más amplio de lo que la generalidad considera. De hecho, mi interés en el tema tuvo su génesis en mi propia afición a ellos. Resulta curioso, porque la mayoría de las veces me recostaba mirando el techo escuchando estos programas para combatir el insomnio galopante del que era víctima y, además, para rastrear una historia interesante en la que trabajar como sustrato de algunos de los casos. Curiosamente, lo que terminó interesándome fue el formato radial, el fenómeno de la voz al otro lado como un receptáculo de problemas ajenos y fuente de posibles soluciones. Es evidente que la noche, la quietud de la madrugada, el indistinto flujo de pensamientos que surgen a esas horas y el manto lúgubre que aportan tanto la oscuridad como la soledad crea una atmósfera muy especial en lo que rodea al radioescucha. Este siente como si estuviera a solas con la presentadora —suelen ser chicas, debe de haber un motivo concreto—. Se genera una suerte de ilusoria intimidad, realmente balsámica para espíritus atribulados.
El perfil psicológico de tus personajes es fundamental en el desarrollo de tus novelas. ¿Qué influencias literarias o no literarias has tenido para poder perfilar estos personajes de una manera tan cercana?
Los personajes shakesperianos siempre han sido una fuente de inspiración importante para mí. Tipos como Mercucio, Falstaff, Polonio, Shylock o mi favorito de siempre: Yago. También los kafkaianos han sido siempre muy influyentes a la hora del trazado de mis personajes. Un sujeto como Josef K. se lo encuentra uno cada día en cada esquina: culpables de algo y víctimas de un sistema mandibular, corrosivo e inexplicable. Freud es otro de los autores que suelo estudiar bastante. Su faceta analítica y sus teorías alcanzan gran profundidad. En cualquier caso, en mis últimos trabajos estoy buscando un nuevo perfil psicológico de personajes. Algo que tenga más que ver con lo exógeno, con el entorno. Gradualmente me he ido dando cuenta de que por fascinante que sea una mente trastornada, puede resultar incluso más interesante un ecosistema infecto y parasitario. Lugares y épocas donde tengan lugar hechos inverosímiles, biosferas enfermizas donde a mis personajes les torturen dudas existenciales y anhelos sin realizar. Puede que tenga que ver con cierto grado de realismo mágico: esa cosa apartada de la realidad cotidiana pero que logra conjugar cierta verosimilitud formal con el tono del relato. A partir de ahí, estoy buscando experimentar con las reacciones de los personajes ante estos entornos, lo cual me ha llevado a cambiar casi radicalmente el tono de mis narraciones. Ahora las perturbaciones van más desde fuera hacia dentro, y no al revés, como ocurre en mis primeras tres o cuatro novelas.
A raíz de la anterior pregunta, nos viene a la mente la profundidad psicológica de los personajes de Dostoievski. En concreto, este autor nos ofrece en sus novelas unos personajes extremadamente loables, como en El idiota, y otros totalmente inquietantes, como en Memorias del subsuelo. ¿Cuáles de ellos te han influido más a la hora de indagar en personalidades tan concretas?
Es y siempre será uno de mis autores favoritos. No me canso de leerle y de cada una de sus novelas he podido extraer esos tesoros que los lectores recordamos para siempre. Está claro que la concepción de personajes y su configuración psicológica siempre resulta uno de los puntos de más interés a la hora de analizar su obra. Encontramos tanto a desheredados optimistas como a extraviados religiosos, a criminales confesos como a viciosos anhelantes. Existencias errantes, hombres aplastados por el clima, los elementos y el hambre. Presas del deseo sexual, de las carencias familiares, de los pecados atávicos. El catálogo es tan amplio que podríamos definir su obra como un muestrario del género humano, un fresco magistral de la genealogía rusa del siglo XIX. Tengo muchos personajes que gozan de mi predilección dentro de su obra: El «hombre subterráneo» de Memorias del subsuelo, el Raskólnikov de Crimen y castigo, el ludópata incorregible de El jugador —impresionante su evolución hacia lo más abyecto durante toda la novela— y, claro está, el aristócrata enfermo de El idiota. Pero mi personaje favorito dentro de la obra de este coloso es, sin duda, Dmitri Karamázov, de Los hermanos Karamázov. Su dilema me resulta apasionante: es un hombre acusado de un crimen que no cometió, pero que desearía haber cometido. Funciona como alternativa, como disyuntiva y como acertadísima vuelta de tuerca a cualquier debate sobre moralidad que nos pueda ofrecer la filosofía de los últimos tres mil años. Es una especie de «reverso tenebroso» de la humanidad solapada de Raskólnikov.
Para un lector que aún no haya leído tus obras, ¿cómo definirías tu literatura? ¿Cuáles son los temas que te han interesado tratar y por qué? ¿Qué temas te gustaría abordar en un futuro?
Hace más o menos un año, poco antes de presentar Veneno de escorpión, me hicieron una pregunta similar y recuerdo que entonces no logré definir del todo mi literatura. Ahora tampoco puedo. Cada vez me encuentro menos vinculado a las etiquetas y los géneros y me siento muy bien cuando hecho un vistazo a lo que he publicado y descubro que las novelas que han visto la luz no se parecen en casi nada entre ellas. En esos momentos siento que la evolución que he experimentado —y que se vuelve cada vez más palpable— no ha estado relacionada únicamente con la metodología de trabajo o con el aspecto meramente estilístico, sino también que cada novela ha significado una profunda renovación temática. Si tuviera que definir mi literatura y explicarla a un nuevo lector la describiría como el ejercicio de descripción de una realidad distorsionada por fenómenos oculares, milagros inesperados y esporádicos avistamientos a los abismos de la demencia. Me interesa este tipo de temática porque siempre he sentido esos fenómenos como una cuestión latente en mi propia existencia y en la de los demás, y porque me apasionan el estupor y la naturaleza de lo inexplicable dentro de una realidad concreta. Con respecto al futuro, el abanico de temáticas y ambientes en los que me gustaría trabajar es tan amplio y variopinto que a veces me da vértigo. Y no solo vértigo, sino también pavor ante la idea de no contar con suficiente tiempo como para narrarlo todo. Ahora mismo trabajo en un par de novelas cuyas respectivas sinopsis sería casi imposible emparentar con lo que he publicado. Más adelante puede que me interesen otros temas, pero eso no me abruma ni me espanta, ya que tengo en mis manos una herramienta como la literatura: es maleable, elástica, adaptable a cualquier ámbito de la vida y de la muerte y de cualquier realidad imaginaria. Lo malo es que, como herramienta, se parece bastante a esos martillos neumáticos que repiquetean en las esquinas. Pocas veces se vuelve sumisa y se necesita trabajar mucho para llegar a dominarla…, o por lo menos para evitar perder el control sobre ella y que termine por aniquilarte.