Ester Carrillo Benedito
Barcelona (residente en Las Palmas de Gran Canaria)
23 de mayo de 1976
Renacimiento con Néstor
Te conocí porque no pude evitarte
porque el viaje de tu mirada me llevó a otro lugar,
uno que tal vez supe imaginar
pero hace tanto tiempo, que ya ni lo recuerdo.
Rodamos de forma inevitable y transparente,
hasta formar el conjunto armónico de los dos.
Renacimos desde el mar, pero yo no quería saberlo.
Aquella primera noche
cuando fuiste alta mar y yo costa juguetona y sonora
la luna (espía lícita y orgullosa)
no vio cómo lamiste con calma el chisporroteo de mis aguas.
No vio el temblor de nuestros olores
ni la novela por escribir de nuestras miradas.
Se escondió, cómplice, tras las montañas
para dejarnos solos en nuestra alcoba de estrellas tímidas.
Con mimos incrédulos rompiste el compás de mi baile sin rumbo,
mientras surcabas de otro modo las regiones abisales de mi cuerpo.
Sólo entonces pude amarte,
desde el embrujo del instante lúcido y cierto,
a pesar de la efímera nube de tiempo
que impuso el horario del adiós.
Aquella mañana que no exhalaba aromas propios
sino aquellos que se han encontrado y mezclado
(los que no se olvidan cuando cierras los ojos y clamas)
nos despedimos sin garantías ni promesas.
Se quebró el frasco de nuestra esencia nueva y fresca.
Los días siguientes abrimos el paréntesis de la contención
y el baúl de los miedos aprendidos.
A tientas me llegaban tus mensajes
y las palabras me acariciaban el rostro con textura de pestaña,
proponías vernos de nuevo antes de tu marcha
hecho inevitable y fluido.
¿Quién sabe si no se hubiera tornado en sueño y locura
lo que asegurábamos haber comulgado?
Volvimos a gozarnos con la vergüenza tibia de las primeras miradas
y el alboroto torpe del sexo cabalgado y primerizo.
Nuestros cuerpos eran un lienzo sin fin,
durante horas le descubríamos nuevos colores a nuestras paletas de luz
matices aromáticos que comenzaban en salitre y culminaban en sándalo y almizcle.
Tus besos, como pinceladas húmedas,
pintaron el mapa de mi nuevo cuerpo de ninfa, el que iba a ser ya siempre.
En esta noche de luna árabe y temperatura de almíbar,
ahora que te has ido y el tiempo se ha acurrucado en una mota de polen
recuerdo cuando habitaste mi mañana,
leyendo versos que mezclabas con sabiduría de alquimia
para regalármelos en forma de miradas e intenciones.
Pensé que alguna vez viajé a un lugar
donde un hombre de aguas fuertes y estables
leía poemas hechos a medida para mí.
Un hombre que habitaba mis mañanas y mis sueños.